El bucle
Antes de que existieran las estadísticas de Spotify*, antes —creo— de que esos datos divertidos sobre obsesiones musicales nos los diese Last.fm, también escuchábamos cosas en bucle. Lo hacíamos incluso más, porque éramos jóvenes y no hay nada tan jugoso para el bucle musical como la juventud y, sobre todo, porque no teníamos el acceso total que tenemos ahora a toda (creemos) la música. Teníamos el último cedé que nos habíamos comprado, que no salía nunca del reproductor porque había que escucharlo y exprimirlo hasta que la forma de sus ondas sonoras quedase impresa como un surco más en nuestro cerebro.
Imagino que por una cuestión de formato, siempre me sumergía en discos enteros y no tanto canciones. Estas llegaban después, seleccionadas con el cuidado y la devoción de los cientos de escuchas, y se iban a formar parte de cintas o discos variados que hacía para mis amistades. (Yo nunca dije mixtape. Igual que nunca dije cover, pero no voy a entrar ahora en esta teima personal tan antigua y en la que he perdido de forma tan calamitosa). Por supuesto que tenía canciones-obsesión, pero esperaba paciente a que llegaran en el cedé o en la cinta. Nunca compré singles porque pagar por dos o tres canciones no era algo que me pudiese permitir y, cuando llegó la época en la que el P2P nos puso toda la música a mano, creo que tampoco le di mucho a repeat a canciones específicas.
Los bucles de canciones individuales me los dio el streaming. Muchos de ellos —o los primeros en los que pienso, al menos, que obviamente no fueron los primeros de mi vida— llegaron pasados por el filtro de YouTube, porque ver unos ojos llorosos a la vez o un cuerpo completamente tomado y tembloroso por la música que estaba produciendo siempre ejerció sobre mí un poder enorme.
Igual que me acuerdo de la primera vez que escuché a Belle and Sebastian (en disco, mientras miraba la estantería que tenía delante) o mi primera escucha de Marchin’ Already (leyendo el libreto, pegada a la minicadena como si dentro ella estuviese escondida Simon), sé que vi el vídeo de Conor O’Brien cantando Memoir en la que desde entonces para mí es la única versión válida un día con la ventana abierta, mientras entraba humo en la habitación de algún vecino quemando cosas.
Todo esto para dar contexto a un bucle mucho anterior que recuerdo cada vez que aparece el vídeo en cuestión por mi feed de redes sociales. En una revista que llegó a mi casa allá por el año 2000 o supongo que 2001, que creo además que era de informática, venía, entre otras cosas, un CD-ROM. Ese CD-ROM tenía solo, creo, un clip de vídeo dentro. Y ese sí fue mi primer bucle canción-vídeo, porque el clip era increíble.
Si lo visteis, como yo, antes que la película, a lo mejor tuvisteis la misma impresión. Supongo que es la que se tiene también al ver la película sin esperar esa escena, pero yo solo recuerdo mi experiencia con el CD-ROM. Hipnotizada veía una y otra vez a aquella gente cool y guapa vestida de años setenta subir en un autobús, leía las relaciones entre ellos (claramente había mal rollo al principio y el tipo de primera fila era el protagonista de ese malestar) y me derretía cuando uno a una empezaban a cantar.
(No es un bucle con una canción, ya lo sé, porque la canción está cortada).
Ayer me apareció en un reel. Decía que la película cumplía 25 años (emoji de pánico). Recordé el CD-ROM y recordé mi bucle. Después, porque Instagram es rápido y no nos deja perdernos en ver todo el rato lo mismo, me apareció un vídeo de Elton John diciéndole a Dev Hynes que su último disco es maravilloso (lo es). Me hizo ilusión que Elton esté tan metido en mi algoritmo, unido además a cosas que me gustan, en momentos tan alejados de mi vida. Una escena en una película de hace un cuarto de siglo (ya sabéis qué escena y sabéis qué película); un disco de 2025. Viva Elton John.
* Este año no tendré SpotifyWrapped porque me fui de ese lugar del demonio hace un año. Estuve en Tidal pero también tiene vínculos con el mal. He aterrizado en Qobuz.
Y, por fin, el clip que ya habéis adivinado: